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La Propuesta de Isaías para resolver los problemas del mundo

Corre el año 2023, los pueblos del mundo sufren una desesperanza absoluta, los mares del caos y el terror son profundos, las naciones están enfurecidas. Las calles están llenas de la sangre de los inocentes, todos buscan justicia, verdad y sentido. Sin embargo, estas cosas no se encuentran en ninguna parte, nadie parece poder definirlas. Por otro lado, la desesperación se encuentra en todos los armarios familiares junto a la sal y la pimienta. Se producen tiroteos en escuelas:"¡Necesitamos más control de armas!" gritan las masas. Se aprueban leyes transgénero militantes en Canadá:"¡Necesitamos más igualdad!" y "¡Sin justicia, no hay paz!", exigen las masas. Se señala con el dedo en todas direcciones: el sistema no funciona, los políticos son el problema, no hay suficiente atención sanitaria, las armas son el problema, el capitalismo está destruyendo familias y el hombre blanco es el culpable de todo el racismo. El mundo se comporta como un par de hermanos adolescentes que se pelean por todo, a la espera de que llegue papá y diga: "¿Qué carambas está pasando aquí, ah?".


Bueno ¿qué rayos está pasando aquí? No faltan respuestas y, como ya se ha dicho, todo el mundo parece apuntar en todas direcciones, excepto una. Permítanme explicarlo contando una famosa historia que oí una vez: The Times le pidió al brillante G.K. Chesterton y a otros pensadores famosos de la época que respondieran a la siguiente pregunta: "¿Qué le pasa al mundo de hoy?" Los pensadores enviaron por correo sus extensas respuestas, las cuales abordaban todo tipo de preguntas y problemas. Cuando le llegó el turno de responder a Chesterton, envió la respuesta teológicamente más sólida que se podía producir, escribió una carta que decía simplemente:

"Estimado señor: Yo soy. Atentamente, G.K. Chesterton".

Brillante ¿no? "¿Qué le pasa al mundo de hoy?" Yo. Esta es la respuesta rotunda de la fe cristiana. El problema no es el mundo, el diablo, la pandemia, el cambio climático, los mercados inflacionistas, el racismo que se está produciendo, etc. (sin duda cuestiones serias), pero todas ellas apuntan a un denominador común: yo, yo mismo y yo. Como cantaba Taylor Swift en su reciente éxito: "Soy yo, hola, yo soy el problema ¡soy yo!" De vez en cuando, Dios puede usar el trasero de Balaam para decir la verdad. Pero dejemos a un lado por un momento el discurso del burro y consideremos el asunto desde un punto de vista bíblico. La visión del profeta Isaías, en el capítulo seis, habla con fuerza del tema que nos ocupa:


1 En el año de la muerte del rey Uzías, vi al Señor sentado en un trono alto y sublime, y la cola de su manto llenaba el templo. 2 Encima de Él había serafines, cada uno con seis alas: con dos cada uno cubría su rostro, con dos cada uno cubría sus pies, y con dos cada uno volaba. 3 Y uno llamaba a otro y decía: "Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos. Toda la tierra está llena de Su gloria".
4 Y los cimientos de los umbrales temblaron a la voz del que gritaba, mientras el templo se llenaba de humo 5 Entonces dije: "¡Ay de mí, que estoy arruinado! Porque soy hombre de labios impuros, Y vivo en medio de un pueblo de labios impuros; Porque mis ojos han visto al Rey, al Señor de los ejércitos."
6 Entonces uno de los serafines voló hacia mí con un carbón encendido en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas. 7 Tocó mi boca con él y dijo: "Mira, esto ha tocado tus labios; y tu culpa ha sido quitada y se ha hecho expiación por tu pecado." (Isaías 6:1-7)

Aquí se nos presenta un plano, una hoja de ruta, el único camino para avanzar en la gran lucha de la humanidad contra sí misma. El Todopoderoso nos da una respuesta en tres pasos:


Paso 1: Debemos reconocer quién es Dios


En esta gloriosa visión, se presenta la singularidad del mensaje cristiano. Los versículos 1 al 4 nos recuerdan que el mundo está lleno de soluciones momentáneas y siempre cambiantes para todos los problemas de la vida, pero Isaías no está interesado en eso. Lo que le interesa es identificar la raíz del problema. Aquí el plan comienza con un primer paso: reconocer, como lo hizo Isaías, quién es el personaje principal de la visión. No es el hombre, sino Aquel que está en el trono, nada menos que el Rey del cosmos, el Señor Dios Omnipotente. Los serafines declaran "Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos. Toda la tierra está llena de su gloria". El Dr. R.C. Sproul nos recuerda que "este es el único atributo de Dios que se magnifica en las Escrituras hasta el tercer grado de repetición." [1]


Incluso los umbrales inanimados del templo tiemblan, los ángeles tienen que cubrirse al encontrarse con la santidad de Dios. Esta santidad del Todopoderoso resplandece por todos los cielos y la tierra irradiando una total alteridad (Gén. 1:1), esto es a menudo descrito por los teólogos como la aseidad de Dios (Rom. 11:36). Él es el único ser autosuficiente, que no depende de nada ni de nadie, la vida se encuentra dentro de sí mismo, Él es la vida, se nos recuerda que es cualitativamente distinto del orden creado de todas las maneras concebibles. Muchos ven a Dios como el individuo más grande y más fuerte de nuestro universo, una figura parecida a Supermán; sin embargo, este pasaje pone de relieve lo contrario. El Señor se diferencia de sus criaturas en que es infinito y eterno en su sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad. Él es el gran YO SOY (Ex. 3:14).


Paso 2: Debemos reconocer quién es el hombre


Continuando en el versículo 5, Isaías el mensajero, recibe una visión de la santidad de Dios que resulta en un despertar a la gravedad y pavor de su estado actual, la cual lo lleva a declarar: "¡Ay de mí, que estoy arruinado!". Isaías es muy intencionado en sus palabras. Los profetas son conocidos como los abogados del pacto de Dios, quienes pronuncian su juicio sobre los infractores del pacto. A menudo esto se hace utilizando la palabra ay. Vemos esto en Ezequiel 16:23-27 cuando la ira de Dios se derrama sobre Israel debido a su prostitución espiritual: "Y sucedió que después de toda vuestra maldad ('¡Ay, ay de vosotros!' declara el Señor Dios)" (Ezequiel 16:23; Isaías 33:1; Jeremías 48:1-2; Sofonías 2:5, etc.) Nuevamente, observamos a Jesús como el último profeta que trae el lenguaje del juicio sobre esa generación malvada que lo crucificó (Mateo 16-24). Por lo tanto, Isaías está pronunciando claramente la maldición sobre sí mismo "¡Ay de mí, que estoy arruinado! El mensajero justo es muy consciente de la majestad y trascendencia del Santo. Si los ángeles deben cubrirse ¿cómo va a permanecer impasible ante Aquel que mantiene unido el universo? Otras traducciones dicen "porque estoy deshecho" o "estoy perdido", de ahí que Isaías esté comunicando la total desesperación de su pueblo y la suya propia.


Se puede oír el terrible tono de su respuesta. Lo mismo le ocurrió a Pedro en Lucas 5. Jesús había terminado de enseñar y le dice a su discípulo Pedro, un pescador experimentado, que eche las redes en un lugar determinado, por lo que Pedro le recuerda a Jesús que ya habían intentado pescar, pero no habían tenido éxito: "Maestro, hemos trabajado duro toda la noche y no hemos pescado nada", pero aparentemente así Pedro le da a Jesús el proverbial golpe en el hombro y le dice "pero haré lo que Tú dices y echaré las redes". (v. 5) Entonces, el mismo que estaba sentado en el trono en la visión de Isaías y que creó ese océano donde estaban pescando, desborda las redes con peces, así que Pedro cae de rodillas y procede a dar una respuesta notable, una que se parece a la realización de Isaías: "Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador." (v. 8) Isaías vislumbró lo que Pedro vio, al Santo, al trascendente, el esplendor, la gloria y la imagen perfecta del Padre, el Hijo unigénito, la Palabra viva por la que todas las cosas se mantienen unidas (Jn. 12:41; Heb. 1:3). Darse cuenta de quién es Dios nos revela quiénes somos en realidad y esto debería producir en nosotros la misma respuesta que tuvieron Pedro e Isaías: temblor, pavor, terror, ya que Dios es santo y nosotros no.


Paso 3: Debemos reconocer cuál es la respuesta


Lógicamente, la siguiente pregunta debería ser: Siendo Dios infinitamente santo y el hombre completamente impío ¿cómo puede reconciliarse el abismo? ¿Cómo pueden existir tinieblas donde hay luz perfecta? En otras palabras ¿cómo limpia el hombre sus inmundos labios manchados por el pecado? He aquí la sencilla respuesta: no puede. El veredicto es claro, debido a que ningún hombre es inocente ante los ojos de un Dios santo, su ira se derrama sobre toda la humanidad porque rechazan activamente su verdad en injusticia (Rom. 1:18-20). La humanidad ama su estado de inmundicia, aceptando el fruto envenenado y no teniendo ningún deseo de limpiar la inmundicia de sus labios. Sin embargo, aquí radica el factor distintivo entre el cristianismo y todas las demás cosmovisiones hechas por el hombre. No se puede subir la escalera hasta Dios, esta se rompe en el primer peldaño. No se trata de "intentar ser mejor persona para poder ir al cielo algún día". Isaías dice más adelante que "todas nuestras obras de justicia son como trapos de inmundicia" (Isaías 64:6). Es en este profundo y oscuro agujero donde se encuentran todos los hombres y mujeres de la tierra y; sin embargo, en la oscuridad, los versículos 6-7 irrumpen con la luz más brillante posible para declararnos a nosotros, una raza pecadora, la mejor noticia que jamás podríamos escuchar, la única noticia verdaderamente buena:


Entonces uno de los serafines voló hacia mí con un carbón encendido en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas. 7 Tocó mi boca con él y dijo: "He aquí, esto ha tocado tus labios; y tu culpa ha sido quitada y se ha hecho expiación por tu pecado."

El gran abismo entre la infinita santidad de Dios y la total pecaminosidad del hombre es imposible de salvar con esfuerzos humanos. Pero el Señor, en su bondad y gracia, muestra misericordia recordando su pacto-promesa de sanar a las naciones (Ap. 22:2) y de salvar el abismo (Luc. 4:16-19). El Creador trascendente, infinito y todopoderoso condesciende a encontrarse con su creación para proporcionarle la justicia ajena que se necesita para encontrar la redención y el perdón (Fil. 2:5-11). El Rey-Salvador vino a la Tierra y vivió la vida perfecta que nosotros nunca podríamos vivir, fue asesinado injustamente y resucitó de la tumba tres días después para que pudiera salvarse la brecha infinita entre la santidad de Dios y la pecaminosidad del hombre. Esto es lo que lleva al apóstol Pablo a decir: "Fue para mostrar su justicia en el tiempo presente, a fin de ser justo y justificador del que tiene fe en Jesús". (Rom. 3:26). Puesto que Dios es justo debe juzgar el pecado y debido a que Dios es misericordioso y amoroso, se hizo el Dios-hombre que paga por el pecado para ser "el justificador del que tiene fe en Jesús."


Hermanos y hermanas, todas las soluciones seculares, ya sea el wokismo o el comunismo, o el transgenerismo, o el feminismo, son sistemas vacíos de pensamiento que intentan calmar las tormentas del "malestar social". Tratan de calmar el mal en vano. Las naciones siguen enfurecidas como olas que chocan unas contra otras sin control. El miedo sigue llenando el corazón del hombre, igual que llenó el corazón de los discípulos hace 2000 años en medio de una terrible tormenta. Desesperados, fueron a despertar a Jesús, quien dormía profundamente y le dijeron: "Sálvanos, Señor, que perecemos". (Mt. 8, 25) Los discípulos pensaban que su mayor problema eran las olas que arremetían contra ellos durante la tempestad y lo que más deseaban, en aquel momento, era que Jesús detuviera la tormenta para que todo volviera a la normalidad. Pero la respuesta de Jesús fue inesperada. Jesús, a diferencia del intento de los modernos de resolver los problemas del mundo poniendo una vendita en un agujero de bala, va al corazón de la tormenta, va directamente a la causa de la tormenta, el pecado, y ofrece su vida por la nuestra, proporcionando paz. Y así Jesús les responde a sus preocupados discípulos: "¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y al mar, y se produjo una gran calma". (v. 26)


El apóstol Juan nos recuerda que "en el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor. Porque el temor tiene que ver con el castigo y quien teme no se ha perfeccionado en el amor." (1 Jn. 4:18) El miedo que tiene el mundo está relacionado con el castigo. La muerte es un enemigo y el pecado ha producido inquietud en nuestras mentes y almas. Pero Isaías, Pedro, Pablo, Juan y todos los demás escritores bíblicos, nos recuerdan la misma respuesta, "el amor perfecto echa fuera el temor". La encarnación del amor perfecto se encuentra nada menos que en Jesucristo: "pero Dios muestra su amor por nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros". (Rom. 5:8). Los desafíos sociales pueden parecer un poco diferentes de una generación a otra, pero como dijo una vez el gran predicador Martin Lloyd-Jones: "...el problema de la humanidad sigue siendo el mismo, Dios es el mismo y la solución del problema es la misma: Jesucristo". Jesús es la verdadera respuesta al verdadero problema del mundo, el pecado. ¡Así que venga y déle la bienvenida a Jesucristo!


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1 See The Holiness of God, for a life-impacting study on the character of the triune God.

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